Y a mí, quien me ayuda?
Tan en el ámbito familiar como en el social hay muchas personas que se dedican a ayudar a los demás y que siempre están dispuestas a echar una mañana a quien sea necesario incluso más allá de sus responsabilidades directas o de lo que otras personas hacen. Algunas personas lo hacen por "deber" ya sea como profesionales de la ayuda o ya sea como voluntarios en alguna ONG o centro social. Tampoco podemos olvidar a quienes hacen una especie de voluntariado casero, que trabajan en su casa cuidando de alguien enfermo o que siempre les toca hacer lo que los demás no quieren. El problema, sin embargo, se da cuando estas personas no reciben ayuda o atención por parte de sus jefes o de su entorno y se sienten muy solas dando respuesta a las necesidades de los demás.
Para poder ayudar a los demás debo tener muy presente mis necesidades. Todos tenemos. Todos necesitamos ser valorados, tenidos en cuenta y que se reconozca y valore el trabajo que hacemos. Y eso no quiere decir ser egoístas o creídos sino ser conscientes de que no somos un pozo sin fondo. En lenguaje más especializado diría que tenemos que ser lo suficientemente humildes para reconocer y aceptar que no somos omnipotentes, que no podemos ayudar a todo el mundo y que nosotros tenemos unos límites físicos, psicológicos y sociales. Si los traspasamos corremos el riesgo de hacernos daño y dañar nuestro estado de ánimo e incluso nuestras ganas de vivir.
Cuántas personas nos hemos hecho esta pregunta; y a mí, quien me ayuda? Esta pregunta es un indicador de nuestro cansancio mental y físico, que algo no va bien. Es esa sensación que nos hace dudar de lo que hacemos y sobre todo de cómo lo hacemos y que cuestiona nuestras motivaciones más profundas, las propias creencias o incluso el sentido del vivir.
Nos hemos de conceder tiempo, energía y relaciones personales provechosas para poder "cargar pilas". Tiempo para poder ser conscientes de cómo nos afecta el dolor y el trabajo en favor de los demás. Energía para no desfallecer, ya sea buena alimentación, descanso, lectura, formación etc. Y finalmente relaciones personales en las que yo sea el que recibe la ayuda y la atención. Personas con quien pueda hablar de mí, de lo que me pasa y de lo que siento sin tener que fingir o disimular, y si es necesario con un profesional que me ayude a poner nombre a lo que siento y vivo. En pocas palabras, cuanto más te conozcas y te valores más podrás ayudar a los demás.
Eduard Fuentes, psicólogo.